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Alberto Honrado.
Si cualquier persona piensa en un miércoles piensa en ese día central de la semana, cada cual con su rutina diaria sin darle más importancia. Pero para mí y mi familia el Miércoles Santo no es un miércoles normal, al uso. Ese día desde la mañana se palpa un ambiente distinto, algo que en la mente te dice que para ti ese día es festivo.

Desde por la mañana en cualquier hueco me gusta acercarme a la Parroquia a verlo, a decirle con la mente que hoy es un día grande y ver lo guapo que lo han puesto, clavel rojo o iris morado colores de esa pasión que se hace palpable cada Miércoles Santo en las calles de Daimiel. De guardarlo en mi retina para todo el día, porque hoy es su miércoles. La tarde es una tarde de rutinas adquiridas en las que se van haciendo participes algunos de los recién llegados, ver que todo está a punto que no falta nada y alejarnos del pueblo a ese descanso de la patrona para ver cómo viene el cielo a lo lejos por los montes de Toledo, da igual cómo se prevea el día si hace sol, para ver que nada va a tapar la luna horas después e igualmente se va si el día está de agua, para ver si hay algún claro a lo lejos que de esperanza, esa es nuestra tradicional App de meteorología.

Y llega la noche, su noche, se cena poco no hay espacio en el estómago para nervios y cena, y como un ritual ancestral como en tantas casas daimieleñas, es tu madre la que se encarga de vestirte, da igual que tengas 10 o 40 años tiene que ser ella. Ya de camino a la parroquia con mi antifaz cubierto me quedo con las caras de niños y adultos, caras de ilusión, sorpresa, miedo (porque no decirlo) al fin y al cabo son los primeros nazarenos adultos que se ven por el centro de la localidad y encima de negro.
Ya dentro de la parroquia se viven unos momentos muy especiales, para mí de los más destacables, pasas lista con la mirada sabiendo quien no ha llegado aún, quien si está en el mismo lugar de todos los años, y quien por desgracia no va a estar físicamente pero si en un balcón privilegiado, saludos de ilusión, tradición, anhelo…

Hasta que una voz irrumpe en ese murmullo respetuoso que envuelve la Parroquia, estamos sólo nosotros, sus hermanos y EL. La junta directiva junto con el párroco inicia una breve oración de preparación al vía crucis, antes de bajarnos el antifaz colocarnos en nuestros puestos y esperar a que desde el portón suene la llamada de los hermanos mayores, que dan su venia particular a la cofradía para salir a la calle. Esos segundos previos para mí son indescriptibles, serán apenas uno o dos minutos pero el silencio en la parroquia, el aroma a incienso ya prendido y el retumbar en San pedro de esa llamada en el portón, se quedan en mi retina tras el antifaz, en mi olfato y en mi oído grabados a fuego.
Lo que viene después con el caminar de la hermandad por las calles rezando el solemne vía crucis creo que ya todo el mundo lo puede visualizar, cada cual a su manera, unos desde el recogimiento del capillo, otros como espectadores que no faltan a la cita año a año, pero mi intención era buscar esa víspera particular, que la gente salvo mis hermanos en Cristo, no puede vivirla desde el interior. Y es que las vísperas muchas veces superan al momento.

Feliz Cuaresma, Semana Santa y Pascua de Resurrección.
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