NOCHEVIEJA EMASCARADA

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Uno del pueblo

Árbol de Navidad en la Plaza coronado con estrella de Belén, salpicado por destellos luminosos que tornan colorido a ritmo cadencioso. Los chiquetes se recrean ante el efecto fantástico que se opera en el abeto de metal. Magia navideña con olor a tallos por Virgen de las Cruces camino hacia el Parterre, donde el puesto de las castañas asadas capta atención mientras los capiruchos de papel con el caprichoso manjar son adquiridos por el personal. “Noche de Paz” y “Arre Borriquito” resuenan en bafles que ambientan el centro de Daimiel. Menos briboneo, pero no falta ambiente, pleno de máscaras, quirúrgicas o publicitarias, pero molestas cual dedo en ojo, empañado cristales de miopes e incluso algún que otro monóculo. Nochevieja empañada, Nochevieja enmascarada. Petardos y cohetes, en menor cuantía, también sonaron, despidiendo y dando bienvenida a la vez a las añadas de la peste.

Se volvieron a echar de menos a quienes marcharon a la otra vida víctimas de la invasión traidora. Y a quienes les llegó la hora por cumplir ciclo vital. Pero se brindó con el recuerdo a ellos y los mejores deseos para los presentes. La Nochevieja enmascarada también dio juego, con guiño al optimismo. No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo aguante.

Familias, amigos y ambientes sociales varios festejaron sobre todo la llegada del año nuevo, especial protagonistas y eje de la fiesta, en el que confiamos con el deseo de hacer desaparecer el bozal, careta molesta que enmascara temor ante contagios y transmisiones y que tanto incide en la visibilidad de los gafotas, que de cuatro ojos pasamos a necesitar lazarillo, porque el vaho nos juega una engorrosa e incómoda pasada. Y sin posibilidad de incorporar limpiaparabrisas.

El tiempo nos irá descubriendo la proliferación o no de fiestas gamberras, sin miramientos ni controles, que alguna habrá escapado a la vigilancia del orden público. Pero la sensación que late en el ambiente es de nochevieja serena con talento imperante en cada reunión numerada exigida por la norma, en beneficio común.

Uvas, campanadas, vino y buen champán, con canapés de ibéricos y zarzuela de mariscos, con alfajores, bombones y dulces de los de olvidar a partir del día primero si no queremos coger el camino de Oliver Hardy o la Caballé (q.e.p.d.).  No hubo besos, a pesar de que tras la ultima campanada el instinto nos levantó el culillo de la silla…, hubo abrazos al aire, roces con el codo, … no fue lo mismo…

Las entidades sociales procuraron calor y viandas a los desprotegidos, que también gozaron la Nochevieja. La mascarilla obligatoria no fue óbice para degustar y compartir. Hay que compartir siempre.

Y a la mañana siguiente, sin inconveniente, plantados ante el concierto de Año Nuevo en la tele, con remate de la marcha Radetzky, este año a puerta cerrada pero con aplauso digital que nos hacía más presentes que nunca, mientras saboreábamos una copa de tinto con aperitivo sobrante de la cena reciente, con emoción musical de violines, contrabajos y percusión, que atemperan estómagos y ajustan cabezas desde Viena.

Hubo Nochevieja, predominó la sensatez, con las excepciones de turno inevitables. Allá ellos, sin que nos salpique a los demás, claro. Nochevieja esperanzadora, el año nuevo conforme avance nos irá aportando normalidad, bien que nunca habíamos tenido en cuenta hasta que descubrimos vía pandemia lo bien que se vive instalados en una vida normal. Normalidad, salud, y que Dios reparta suerte…

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