DISTINTOS Y DISTANTES

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Empezó como un mal sueño, de esos de efecto pasajero y rápido olvido. La palabreja dichosa solo la habíamos leído en textos o escuchado en reportajes audiovisuales de corte histórico o cultural. Nadie sabía a ciencia cierta acerca de los efectos de una pandemia. El mundo entero se altera, sufre las consecuencias aciagas, y los de a pie contemplamos atónitos, con nuestros ojos, la funesta secuela en forma de contagios y óbitos que nos machacan lentamente los sentidos.

Pues es verdad, nos estamos familiarizando con una realidad no deseada, que nos putea sin cesar cada día, con noticia de afectados, cada vez más próximos. Y alguna baja por la qué aún nos seguimos restregando los ojos. El virus nos ha arrebatado gente joven, con ganas de seguir viviendo y aportando a esta sociedad repleta de humanos, de todos los colores, distintos entre sí, pero con emociones comunes ante la cruel evidencia.

Nos imponen alarmas y confinamientos entre las dudas y miedos del personal, que reaccionan de motu propio con prevenciones naturales dictadas por el sentido común, sin necesidad de cerrar negocios vitales en la sociedad real. El virus no se instala en bares, ni en campos de fútbol, ni en iglesias, ni en tiendas, ni en parques y jardines. El covid está y se transmite entre quienes se pasan las normas por el arco del triunfo. Son minoría, pero campo sobrado para que el coronavirus campe a sus anchas hasta que la vacuna anunciada para Noviembre termine de cuajar un año después. El personal es sensato en gran mayoría, pero los menos, de anárquicos comportamientos, mantienen campo propicio para que continúe desarrollándose el virus maligno. Ante tal panorama, sí que nos transformamos en personas distintas, cada vez más precavidas y manteniendo distancias de prevención y seguridad, analizando ambientes sociales sospechosos en los que se pueda alojar el siniestro visitante, distanciando por ende a las personas que hace ocho meses convivían sin más. Los temores ante el contagio provocan en ocasiones algún momento de crispación por el uso inadecuado de la denostada mascarilla, llegándose a incrementar distancias, no ya de seguridad, sino de rechazo, originando ambientes distantes donde con anterioridad se discutía sólo por el fútbol. La ausencia de abrazos, estrechar manos amigas o besar mejillas, endurece esas barreras del stop al acercamiento físico, imaginables hace bien poco.

Secuelas negativas que se han de evitar. Es más que suficiente la preocupación y tensión producidas ante la mala nueva de contagios en familias o grupos, sin distinción por parte del endiablado bicho. La distancia de seguridad no debe crear barreras que nos hagan distantes, El ser humano necesita al ser humano para vivir, convivir e incluso sobrevivir. Y Dios en casa de todos.

Es buen momento para la reflexión acerca de valoraciones personales, principios y bondades que todos llevamos dentro, sacarlos a relucir creando fuertes barreras afectivas, que también protegen frente al covid.

Protección colectiva, con buen ánimo y mejor talante, mirando el futuro con la seguridad de que todo esto pasará, saldremos de ésta fortalecidos por el apoyo conjunto de unos con otros. Vamos a infectarnos de optimismo y buenos deseos. Es cierto que la pandemia nos está transformando hábitos, convicciones y conceptos, pero la solidaridad en la aplicación disciplinada de normas sanitarias, salvo excepciones que deberían evitarse, es manifiesta, con gran convencimiento por parte de todos. Ponte la mascarilla.

Distintos, pero no distantes. Nos necesitamos.

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