EPITAFIOS

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Tumbas, panteones, nichos, sepulturas, mausoleos, criptas, incineraciones… ¿cuál será nuestra morada final?… Qué más da… Desde el día de nuestro nacimiento, sabemos que empieza la cuenta atrás…
Mientras tanto, los camposantos nos dejan una filosofía de vida, ya que nadie que sea recordado quedará en el mundo de los muertos, si acaso será difunto. Hay personajes que no mueren nunca. Y las expresiones de amor y afecto hacia ellos, están plasmadas en inscripciones sobre lápidas sepulcrales que recuerdan al finado, epitafios que son compuestos por contemporáneos del fallecido en casi todos los casos. Por cierto ¿por qué ponemos esas lápidas tan pesadas encima de los muertos?
“Se aproxima el uno de noviembre, y aparte hipocresías irreverentes, reconozco que a mi memoria afloran recuerdos que, aunque latentes, no están olvidados.
Los primeros días siguientes a la pérdida de un ser querido, su ausencia es insoportable, y su cercanía se traduce en constantes visitas al sarcófago que lo alberga. Con el paso del tiempo disminuyen las visitas, se consolidan los recuerdos, y se fosiliza el cariño.
Sobre la necesidad de manifestar ese cariño hay diversidad de opciones. Los recuerdos se comentan en conversaciones con familiares, amigos…, pero existe otra manera de expresar el amor al difunto, como grandes mausoleos, cenotafios en lugares destacados…, aunque la forma más extendida es el epitafio, la grabación en piedra de la frase que manifiesta la conexión con el alma del finado y que le honra.
He viajado por el camposanto de nuestra localidad para conocer algunos de ellos. Estaba convencido de que no me iba a encontrar epitafios del tipo: “Aquí yace mi suegra. R.I.P., R.I.P., HURRA.” o “Buen padre, buen esposo, mal electricista”, sin embargo lo que si observé es que se prodigan en buen número, lo que ha supuesto un paseo emocionante.
Los hay grabados en lápidas antiguas, de unos cien años, como:
-Siguió a tu vida la mía, mis ilusiones, mi amor, contigo fue mi alegría, a mí me quedó el dolor.
-El cielo me arrebató tus virtudes infantiles, a los diez y siete abriles, a mí el luto me dejó.
Estos tienen una rima asonante, en contradicción con los más modernos en los que cobra fuerza el sentido de la frase, como por ejemplo:
-Es hermoso morir en paz con Dios, con los hombres y consigo mismo.

      He encontrado epitafios que desorientan, confunden y hasta intrigan.

Los hay que perpetúan la presencia del difunto en el pensamiento y en el corazón del familiar o amigo:
-La muerte no puede borrar lo que un hombre bueno ha hecho en su vida.
Los hay que al leerlos a primera vista nos hacen reaccionar:
-Lo primero que haré al llegar al Cielo será buscaros.
Al leerlo me doy por aludido y pienso que me va a buscar. Reacciono y me doy cuenta que es a sus padres, que este epitafio está dedicado por el difunto a sus padres.
Los hay sencillos, que al leerlos a primera vista conmueven enormemente porque la fotografía que lo acompaña sumerge al lector en el dolor:
-Te llevamos en el corazón.

Los hay que inducen a pensar que las riquezas que testa el finado eran más bien escasas, pero que por el contrario el capital educativo era ingente:
-Nos dejaste tu mejor herencia, tu amor y tu bondad.
Seguidamente os cito algunos que encontré y que no dejan a uno indiferente:
-Aquí nos quedamos pero con mucho orgullo os recordamos.
-Sus afligidos hijos le dedican este triste recuerdo.
-No lloréis porque me habéis perdido, alegraros por haberme tenido.
-Sería imposible no recordarte.
-Te fuiste de nuestro lado pero nunca de nuestro corazón.
-A solas con el dolor, lloramos todos tu ausencia, pero te ha premiado Dios llevándote a su presencia”

La impronta de la muerte queda reflejada a través de la literatura, con epitafios populares algunos de mayor profundidad. El mundo del arte también se refleja, con esculturas alegóricas a la religión. El Ángel del Silencio del cementerio de Daimiel, nos invita al ejercicio de la espiritualidad y la reflexión desde el silencio sepulcral. Bienaventurados quienes descansan en la paz del Señor, pero con cuidado por los deslizamientos. Es la vida misma en el cementerio de Daimiel.

Daimielaldia-Pedro Romero

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